Una visión congelada
Qué sucede si congelamos el vocabulario como variable lingüística para definir científicamente los nuevos conceptos. Simplemente frenamos nuestra forma de pensar y conocer como sistema de aprendizaje, es aferrarnos a nuestra estructura de pensamiento revestida de un conocimiento escolar de toda una vida, llevándonos ineluctablemente a distorsiones conceptuales desde el punto de vista epistemológico o confusiones verbales de carácter valorativo, de inexorables consecuencias en casos muy concretos; magno ejemplo, cuando confundimos antiguas Mafias o el mal llamado crimen organizado con Delincuencia Organizada Transnacional, perteneciendo aquellas a un banalizado lenguaje policial de los años 20, exactamente donde nace la gavilla, y ésta última a un fenómeno global contemporáneo de efectos universales y sistémicos, cuyo rango operativo como factor geográfico ya no son sólo los espacios convencionales (tierra, mar y aire), sino también el hiperespacio.
Es un error insalvable debido a que las antiguas Mafias como estructuras delincuenciales no corresponden a nuestro marco legal o no pertenecen al léxico forense de nuestro derecho positivo, vale acotar, que es un lenguaje bastardo, sólo que consagrado por la costumbre en el argot periodístico. Y más relevante aún, la definición oficial de la Convención de la Organización de las Naciones Unidas es “Contra la Delincuencia Organizada Transnacional y sus Protocolos, Palermo 2000”, no contra las antiguas Mafias o el crimen organizado (sic), pero 16 años después no terminamos de aceptar este paradigma emergente. Como diría Stendhal; “Andamos como el Fabricio de la Cartuja de Parma, deambulando por los campos de batalla de Waterloo, aún sin entender nada”.
Estas organizaciones como hermandades absentistas o estructuras familiares, simplemente dejaron de existir, sufrieron un cambio radical, ya que evolucionaron a la Delincuencia Organizada Transnacional, en naturaleza, dinámica y magnitud, generando en el aspecto situacional una transformación y reconfiguración de los históricos esquemas, este aparato de poder no se parece a ninguna de estas delincuencias; antiguas mafias, delincuencia común, delincuencia de cuello blanco (sic), delincuencia de cuello verde (sic), ni siquiera al Terrorismo Estratégico Internacional, por sus diferentes animus y objetivos políticos, aun cuando éste mantiene alianzas estratégicas. Pero la desmedida y repugnante sobrevaloración intelectual que tenemos de nosotros mismos, nos obstina en una idea preconcebida que no permite conceptualizar con un lenguaje preciso y libre de ambigüedades los temas más reciente, focalizándonos a una cosmovisión muy reducida de inconsistente apreciación situacional. Viva razón, cuando alguien recurre a otras instancias de referencia y nos habla con instrumentos lingüísticos “distintos” a los que conocemos, sentimos de manera instintiva un rechazo trilocular (cerebro, cerebelo e hipotálamo), nos molestan las cosas nuevas que no pueden ser aprehendidas de inmediato.
Sin darnos cuenta que estamos rechazando los nuevos paradigmas. Asumiéndolo de manera obnubilada como un simple cambio de palabras o nombres en sentido lexicográfico para complicar las cosas, cuando en realidad tiene es un firme propósito pedagógico; entender los tipos de problemas con la condición de final abierto, los únicos que reconocen la continuidad de los problemas sociales en el tiempo. Porque que si ubicamos sus causas en planos equivocados, no los podremos resolver nunca de manera adecuada y efectiva.
Por ello Carlos Matus en “Adiós, Señor Presidente. Planificación, Antiplanificación y Gobierno”, nos dice: “si detengo mi capacidad de ver el mundo, congelo mi vocabulario, si congelo mi vocabulario, detengo mi capacidad de ver el mundo. Si esto ocurre sólo volveré repetidamente con las mismas preguntas sobre el mundo en que existo y dejaré de interrogarme sobre la potencia de mi vocabulario. Aún más, cuando alguien usa “palabras nuevas” en un discurso teórico, mi seguridad intelectual, me inclinará a considerarlas como sinónimo de las que ya conozco, y acusaré a ese perturbador de inventar palabras nuevas para renombrar viejos conceptos. Así en vez de responder a su discurso alternativo, le diré que no tiene derecho a obligarme a su usar su vocabulario. La forma más sencilla de congelar el vocabulario científico es declarar sinónimo los nuevos conceptos”.
Sin duda alguna el brillante especialista en planificación estratégica situacional, en su reflexivo párrafo, nos invita de manera abierta a readaptarnos al nuevo contexto de este mundo globalizado y totalmente ajeno a nuestros desfasados esquemas mentales.
Alfredo Mosqueda / ABOGADO
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